Musica




Algunos pretenden que la palabra música viene de la greco-latina musa, y otros que de la oriental mosaj, investigar. El padre Kircher, siguiendo a Diodoro Sículo quiere que sea derivada de la egipcia mos o mox, en cuyo caso vendríamos a parar a una sinonimia de precioso valor con Mox, el caudillo tepaneca o maya-quiché de este nombre, reverenciado también como Wotan entre los aborígenes de México. 

De todos modos la música es tan antigua como el hombre, y no hay pueblo alguno del planeta que no la conozca más o menos y no la emplee en las ocasiones más solemnes de la vida, cual si una intuición secreta, superior a todo raciocinio, le hiciese comprender el secreto matemático y de Magia que detrás de toda música yace oculto para el vulgo. 

La música aunada al canto y a la danza, expresó desde la antigüedad, cuanto hay de superanimal en la humana naturaleza: desde el placer y la alegría más emotiva, hasta la Magia y la Religión. 

Hay danzas primitivas en los dos continentes que, con razón, se han creído derivadas de misteriosas danzas astronómicas explicativas de los secretos de los cielos, o sea del movimiento de los planetas y otras enseñanzas de los Misterios en las más famosas ciudades de aquella época. 

En todos los pueblos prehistóricos, que fueron cultísimos contra lo que se obstina en creer nuestra ciencia, tales como los tartesios, druidas y norsos, las leyes religiosas y civiles, los edictos, las hazañas de los dioses y héroes, la historia, la religión, etc., estaban escritos en verso como los Vedas y los Eddas y la Biblia semita, y eran cantados y a veces bailados en públicas solemnidades por numerosos coros, como aquel de las bodas de Salomón en la que es fama participaron 400 voces y 200 instrumentistas. 

Si se estudiasen más a fondo ciertos pasajes de Grieg, los diversos aires escoceses, rusos y húngaros que instrumentó Beethoven en sus mejores cuartetos de cuerda, así como el zortzíco, vasco, el fado portugués y algunas producciones de la clásica Andalucía, acaso podríamos colegir algo de lo que fuese la música en pasadas épocas de cultura, aunada con el metro y la secreta rima de lenguajes como el sánscrito, cuando aquella coronaba, por encima aún de la Astronomía, el magno edificio pitagórico de la Matemática; épocas de la sumergida Atlántida que precedieran muchos siglos a los tiempos de la barbarie y decadencia que hoy conoce nuestra Pre-historia.


Los autores se lamentan de la pérdida de tales improvisaciones que, según Ríes, eran, aunque discutibles a veces según el patrón rutinario, sencillamente portentosas y personalísimas. Dada, sin embargo, la espontaneidad de muchos motivos que poseemos, no pueden ser ellos sino reflejos de aquellas improvisaciones. 

Para unas y otras, Beethoven parecía tener un patrón a la vez lírico y épico, pues al par que retrataba el universo objetivo, mostraba su propio corazón, con arreglo a los más excelsos cánones ocultistas. Por ejemplo la ley teosófica de los contrarios en sus fuertes entre pianísimos, o vice-versa, en la constante oposición entre las ternuras femeninas y los vigores masculinos, en el inextricable entrecruzado del placer con el dolor, la esperanza y el desaliento, la derrota y la victoria, etc. etc., se muestra, puede decirse, que en todas sus obras, las cuales, dentro del patrón universal de la sonata de Felipe Manuel Bach, son imagen fiel de la vida, con cánones tan severos como la epopeya, es a saber: un primer tiempo de empuje, de juventud, de loca carrera hacia la vida; primavera universal encerrada casi siempre en un Allegro con brío. 

Viene después la preocupación por el misterio que nos cerca; el dolor y el desengaño: la primera cana, la primera arruga, la primera interrogación contra el Destino en la edad llamada de los cristos, (edad desde los 32 a 40 años, en la que tantos yerran su misión y tienen que morir), y todo esto son las seriedades y dolorosas sublimidades del Adagio, del Largo o del Andante.

 Los autores, mediocres en sentido ocultista, aunque ellos sean genios en el sentido humano, suelen terminar aquí (aunque escriban cuatro tiempos) con la consagración de lo trágico, que siempre fue un género inferior, falso y maldito. 

Beethoven jamás incurre en este crimen ocultista, porque siempre anhela, siempre cree y espera en realidades mejores y en el retorno de la alegría, la ilusión y la felicidad primera, ahora ya en un ambiente de celeste paz conquistada por el doloroso esfuerzo. Beethoven cierra siempre el ciclo retornando a la fuente primera de alegría con los tiempos finales, iluminados (en obras como las sinfonías No. 3 o 5, o el final del adagio de la sonata 29 o del cuarteto, 7 para no citar otras) por la suprema luz del infinito, del triunfo tras la lucha.

Entrada más reciente Entrada antigua

Leave a Reply